La ceremonia será un intento de relanzar la imagen de la corona, Afectada por escándalos.
Por María Laura Avignolo
Cuando el príncipe William y Kate Middleton se casen el próximo 29 de abril en la Abadía de Westminster, algo más que un cuento de hadas de la corona británica se habrá puesto en marcha para distraer al reino, en su peor crisis económica después de la Segunda Guerra Mundial. La boda real del heredero al trono después de su padre, el príncipe Carlos, es el sueño de la revolución thatcherista: los “nuevos ricos” de clase media, que la Dama de Hierro ayudó a consolidar, solidifican su status en matrimonio con la respetable y aristocrática “Old Money” británica, en una sociedad de clases y con escasa movilidad social.
La futura reina británica es la hija de Carole, una azafata, y Michael Middleton, un comisario de a bordo de British Airways, que hicieron su millonaria fortuna en una compañía de Internet de entretenimientos de fiestas y cumpleaños. Luego, enviaron a sus tres hijos a los mejores colegios británicos, codo a codo con la realeza y sus amigos. Un éxito de perseverancia, alpinismo social y cuidadoso “networking”, que llevará a su hija mayor al trono en Buckingham Palace.
Un fantasma obsesiona a la Casa de Windsor: la princesa Diana, un ícono “anti-Royal” . La reina Isabel ha dado precisas instrucciones para que la boda sea exactamente lo contrario del casamiento de Lady Di y Carlos en 1981, los padres de William, que terminó en un sonoro fracaso que casi arrasa la monarquía. No quieren cometer los mismos errores, mas allá de que se cumplan protocolarmente todos los ritos. ¿Su intención? Un matrimonio moderno pero, esencialmente, un comportamiento “royal”. Sin públicas infidelidades y sin filtraciones a la prensa, ni mutuos ajustes de cuentas emocionales, como hicieron los príncipes de Gales en trámites de divorcio.
“La reina quiere inyectar el respeto a la monarquía que Diana había vaciado al estar demasiado cercana de la gente”, explica Vincent Meylan, jefe del servicio realeza de la revista Point de Vue .
La coreografía de control de este delicado ejercicio de relaciones públicas con sus súbditos fue diseñada por el Palacio de Buckingham, bajo la batuta de Lord Peel, actual Lord Chamberlain.
Riguroso entrenamiento de Kate en dicción, protocolo , el arte de la “small talk”, estilo, y esencialmente confidencialidad, misterio y distancia. Nadie sabe exactamente nada de su vida. Luego, control riguroso de las informaciones a publicar, dosificadas como en una telenovela, con capítulos diarios, para que el interés de los súbditos por el casamiento no se diluya y los turistas aterricen en Gran Bretaña para el acontecimiento.
Otra preocupación del palacio: el escaso interés de los británicos por la boda real. El 70% lo verá por televisión y serán más que nada turistas, inmigrantes y londinenses los que se apilarán en el Mall para ver el “Landau”, la carroza que llevará a los recién casados desde la Abadía al Palacio de Buckingham. La misma carroza que usaron Diana y Carlos en su casamiento. La seguridad será draconiana.
Después de que se anunciara el compromiso real el pasado 16 de noviembre, los súbditos escucharon por primera vez la voz y el acento de la futura reina, educada en un muy exclusivo colegio británico, a 47.000 dólares por año. El príncipe Carlos lo informó por Twitter. Los Middleton anunciaron que contribuirán con 240.000 dólares a los gastos de la boda. En febrero, la reina aceptó el contrato de casamiento, que no es público, a diferencia del de la reina Victoria y Daniel de Suecia. Kate habría aceptado una cláusula de confidencialidad, que le impide airear públicamente sus quejas en caso de separación o divorcio. Otra vez, la contracara de Diana, exigida por la Corona para sentirse seguros.
Los tiempos han cambiado. No es un matrimonio de sangre azul y conveniencia sino de amor.
Kate y William han convivido durante 10 años : primero, como estudiantes en una misma casa en la Universidad de St. Andrews y ahora en una remota cabaña en Anglesey, en Gales, donde él se entrena como piloto de helicópteros de rescate en una base militar. Allí seguirán viviendo, al menos por dos años.
“Kate Middleton tiene todos estos años de experiencia. Ella y William son adultos, han hecho su opción con una buena base de información. Las lecciones han sido aprendidas. Nadie quiere repetir el fiasco de Diana. Nadie alrededor de ellos cree – excepto la inmensa presión del sistema – que van a forzar a Kate a ser infeliz en una posición. Ella tiene 29 años, sabe lo que está haciendo, tiene opciones y su familia esta unida”, explica la historiadora Sarah Gristwood.
Las feministas no tienen ese optimismo. “¿Usted ha visto lo que hacen los Windsor con sus mujeres? , interpelan.
Las 1.900 invitaciones se enviaron desde el palacio con el mismo esquema que se ha repetido en los últimos 200 años. El “tout Londres” esperaba ser invitado a algunas de las recepciones. Seiscientos han sido invitados por la reina Isabel a un buffet en el Palacio de Buckingham. Apenas 300 son los que llegarán a una fiesta organizada por el príncipe Carlos en homenaje a los recién casados, con DJ y el príncipe Harry haciendo su discurso de casamiento, otra tradición británica donde se toma el pelo al novio.
La lista de invitados es una “melange” aristocrática y popular: desde Elton John, Guy Ritchie, David y Victoria Beckham al cartero, el carnicero y el dueño del pub de Blucklebury, el pueblito donde Kate pasó su adolescencia, y donde vive su familia. Una decisión sagaz: con la invitación real en la mano, ninguno de ellos tiene permitido –“por protocolo”– dar detalles del casamiento o de los novios. La única VIP excluida de la fiesta es Fergie, la duquesa de York, por sus escándalos financieros.
Una de las características de las bodas reales británicas es que se organizan cuando el país más las necesita. Isabel II y el duque de Edimburgo alegraron la vida de los británicos en 1947, con un país quebrado y angustiado por la guerra. Cuando acusaban a la monarquía de estar sin conexión con sus súbditos, la princesa Margarita se casó con Tony Armstrong Jones, un fotógrafo divertido y pobre, en plena década del 60. La princesa Ana eligió la fecha en pleno racionamiento de petróleo. Con la boda de la virginal Lady Di y el adúltero Carlos, el actual heredero al trono, quisieron construir un fantástico cuento de hadas en 1982, que terminó en tragedia.
Kate y William representan un futuro esperanzador, “el aire fresco” de una nueva generación, que ayude a olvidar a la familia real dos décadas desastrosas, con catastróficos matrimonios y divorcios de sus hijos, que le han costado la reputación a la corona.
La historiadora Sarah Gristwood la califica como una boda “light”. Gran Bretaña está sumergida en una crisis enorme, que mantiene a 1 de cada 5 jóvenes desempleados y sin un futuro laboral cercano. No habrá lujosa comida sino un “buffet”. No habrá regalos sino donaciones a organizaciones de caridad.
El Yate Britania no los llevará de luna de miel a Egipto, como a Carlos y Diana, aunque nadie sabe dónde irán o como será el vestido de novia. Kate perderá su nombre. William la ha comenzado a llamar oficialmente Catherine. Así figura en las iniciales de las tazas, repasadores, enanos de jardín, vasos, monedas y toda la parafernalia kitsch en marcha, cuyas royalties servirán para pagar más de 34 millones de dólares que costará la boda. Ese día recibirán también un título de regalo de la reina, otro secreto de Estado.
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