sábado, 30 de abril de 2011

La boda real vista más allá de la fantasía

Tomado de The New York Times

Por Roger Cohen

Traducción de Jaime Arrambide

LONDRES.- Hay que reconocer que la reina de Inglaterra y los columnistas de los diarios son diametralmente opuestos: en 59 años en el trono, Isabel II jamás expresó públicamente su opinión sobre nada.

Por algo es tan popular. Incluso en estos tiempos en los que la aristocracia les da trabajo a los servidores (sus nuevos dominios son Facebook y Twitter), la jefa de Estado conserva cierto halo de misterio de otra época. Aunque Gran Bretaña no tiene una Constitución escrita, se destaca por su constancia.

Yo me resistí. Lo hice. Ignoré a los que paseaban por el parque diciendo, "¿Qué vas a hacer durante la boda?" Hice caso omiso de los banderines a lo largo de Regent Street, de los puestos frente al Palacio de Buckingham y de la vajilla conmemorativa. Estaba decidido a no escribir una columna sobre la boda real. Difícil decir cuándo empecé a darme vuelta. Son cosas de las que a un republicano, con erre minúscula, como yo, no le gusta hablar. Quizá fue cuando un empresario amigo, después de hablar con sus colegas de Bombay, me dijo que en la India de lo único que se habla es de la boda. ¿O habrá sido ese estridente titular a página entera del Evening Standard que decía "Kate dará el sí en vivo por YouTube" lo que terminó de inclinar la balanza?

No faltan cosas serias para decir sobre la unión del príncipe Guillermo y Kate Middleton, pero se me escapan. Sólo diré esto: Mientras aprenden a vivir sin bibliotecas públicas (y sin empleos) como resultado de los recortes presupuestarios, los británicos están eufóricos con la fastuosa ceremonia por la cual la hija de unos millonarios (una plebeya, en la jerga local) se desposará con el piloto de helicóptero que un día encabezará la extensa empresa que la familia real llama "la Firma".

Ya lo advirtieron los antiguos romanos: pan y circo es lo que la gente necesita. Y sobre todo circo, según parece. Ninguna nación es capaz de guionar un instante de felicidad, mejor que Inglaterra, donde las clases sociales son como capas de sedimentos seculares.

Estados Unidos está directamente en trance. Como me dijo Hamish Bowles, que hará la cobertura de la boda para la revista Vogue : "Para los norteamericanos tiene algo de fascinante esta idea de una sociedad estructurada con esta ciudadela impenetrable en el vértice". Una sociedad como la norteamericana, cuya identidad se define entre otros por el mito de la ausencia de clases, necesita ver la escena de clases en funcionamiento.

Así que Kate, de alguna manera, es una Cenicienta de 29 años, la plebeya que ahora tiene su propio escudo de armas (tres bellotas de roble separadas por galones blancos y dorados).

Pero la imagen de Cenicienta es equivocada. Son una pareja moderna: se conocieron en la universidad, se separaron, y tal como lo señaló el constipado padre del novio, el príncipe Carlos: "Hace rato que vienen practicando". Nada más alejado de un cuento de hadas: se los ve reales.

Creo que es eso lo que les gustó a los ingleses, así como la oportunidad, entre Pascuas y la boda, de tomarse 11 días de vacaciones con multimillonarias pérdidas para el país. De hecho, la pareja les cae tan pero tan bien, que quieren saltearlo a Carlos y pasar directamente a Guillermo. Eso no ocurrirá. La opinión de la realeza británica sobre las abdicaciones es la siguiente: sabemos cómo es, ya lo probamos, no nos gustó.

Por supuesto que la abdicación del rey Eduardo VIII fue muy ventilada en la película El discurso del rey . Y allí, una niña todavía, ¡estaba presente la actual reina! Ella, como monarca, conoció a cada primer ministro desde Churchill: 12 en total. Otra tajante diferencia con los columnistas periodísticos: ella sí sabe lo que pasa.

En realidad, fue eso lo que me convenció: su eterna presencia. El genio de Gran Bretaña es su continuidad, un concepto muy serio del que ahora Guillermo y Kate forman parte. Es suficiente para una incursión republicana, con erre minúscula, en los dominios de la monarquía.


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