Por Eduardo Calix
El saldo más importante que produjo
la reciente Cumbre de Cartagena es que no se acordó nada, y así lo reconoció el
propio presidente Santos, anfitrión del evento. Este hecho, aparentemente negativo,
no lo es si se reflexiona sobre sus causas y previsibles efectos.
En
primer término, la cumbre abordó temas que en otros momentos habrían causado
estragos severos en la reunión: el tema de la estrategia a seguir sobre las
drogas y el combate al narcotráfico; el caso de la futura asistencia de Cuba a
dichos eventos; y la reclamación argentina sobre las Islas Malvinas. Todo se
debatió cara a cara, pero con los intereses e ideologías diversos puestos sobre
la mesa. Obama ante Cristina Fernández, Calderón ante Evo Morales, y Santos,
mediando hasta donde le era posible. Este hecho, el del debate entre actores
disímbolos, fue un acto de civilidad democrática que reivindica la cláusula
democrática del organismo y le da respiro y sentido a las reuniones de esta
naturaleza.
El
gobierno de Cuba dijo, después de realizada la cumbre, que lo más importante
del evento fue la “rebelión” de América Latina en contra de Estados Unidos y
Canadá. Es una lectura miope y sesgada del evento. Sí se cumplió el acuerdo de
pedirle a Estados Unidos la incorporación cubana en futuras cumbres, pero la
verdad es que Cuba perdió mucha fuerza ante la comunidad latinoamericana, pues
la ausencia de Hugo Chávez (Venezuela), Correa de Ecuador y Ortega de Nicaragua
hizo que la voz de ALBA se ahogara fácilmente en el mar de declaraciones,
discusiones y encendidos discursos. El reclamo sobre Cuba fue más formal, de
compromiso previo ante Castro, sin hacer ninguna propuesta vinculante en los
futuros encuentros.
Lo más
interesante fue la idea consensuada de que debiera abrirse un compás de
discusiones y análisis sobre el tema de las drogas. Se había sugerido la
posibilidad de replantear las cuestiones relacionadas con la legalización de la
producción, la distribución y el consumo de marihuana y otras posibles drogas.
El presidente Calderón fue enfático al decir que la posición de abrir un
diálogo institucional sobre las drogas en ningún sentido descalificaba la
postura de su gobierno de combate frontal al crimen organizado en México.
Lo más
revelador del estado de ánimo de los 30 jefes de Estado presentes en la Cumbre
de Cartagena fue el tema de las Malvinas. Decir que el apoyo a la posición
argentina era tibio y dividido es develar un secreto a voces. La mayoría de los
gobernantes no se sentían inclinados a apoyar lo que, a todas luces, es un
reclamo internacional para desviar la atención de problemas internos en ese
país, y no estaban interesados en participar en un enfrentamiento de
consecuencias inciertas con Gran Bretaña. La presidenta Fernández se retiró abruptamente
de la cumbre, supuestamente ante la falta de una resolución favorable a su
causa.
Se ha
hecho un esfuerzo por construir la idea de que el gran saldo de la cumbre se
define por un enfrentamiento entre Estados Unidos y América Latina. ¡Nada más
falso! Sí es cierto que existen posturas diferenciadas en varios puntos. Pero,
junto con las diferencias Norte-Sur, es justo reconocer el desarrollo de un
centro político en muchas naciones latinoamericanas, cuyos gobernantes están
más interesados en políticas económicas que en posturas ideológicas.
Al
mismo tiempo, las naciones de ALBA se debilitan en su influencia política, que
no convencen sobre su “modelo”.
Predominaron
en la Cumbre de Cartagena el pragmatismo económico y la neutralidad
ideológico-política, así como el propósito que reuniones de este nivel
privilegien la unión y no el encono y el desencuentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario