Tomado de The Wall Street
Journal
Califica
a la presidenta argentina de “matona”
Destaca que la expropiación de Repsol-YPF es un acto que el mundo civilizado está calificando de "robo"
Destaca que la expropiación de Repsol-YPF es un acto que el mundo civilizado está calificando de "robo"
La presidenta argentina Cristina Kirchner sintió la
necesidad de explicar el lunes que "Soy una jefe de estado, no una
patotera (matona)". Esta nunca es una buena señal si proviene de un
político.
Por supuesto, ella trataba de defender su decisión de
nacionalizar a la petrolera YPF al expropiar 51% de las acciones que pertenecen
a la española Repsol, el accionista mayoritario de la empresa, un acto que el
mundo civilizado está calificando de "robo". Sólo Hugo Chávez
aplaudió.
En la Latinoamérica de hoy en día, Brasil es un poder
económico creciente, México ha desarrollado una clase media y Colombia, Chile y
Perú se han unido a la economía mundial. Luego viene Argentina, la cual parece
tener la intención de cumplir con todos los estereotipos económicos y políticos
que han hecho a esa tierra bendecida mucho más pobre de lo que debería ser.
La expropiación sacudió a España, la cual ya está
lidiando un alto nivel de desempleo y una crisis de deuda. La decisión tampoco
tiene sentido para Argentina, dada la necesidad que tiene de obtener capital
extranjero para explotar lo que se cree que son vastas reservas de crudo y gas.
El nivel de riesgo político del país se ha disparado a niveles similares a los
de Caracas.
Pero si la historia nos sirve de guía, a Kirchner no le
importa. Ella está tratando de salvar su presidencia en momentos en que el
modelo económico que heredó de su esposo, el difunto presidente Néstor
Kirchner, se le está acabando el impulso.
Kirchner asumió la presidencia en 2003 después del
colapso de la ley de convertibilidad que ligó al peso al dólar en una
proporción de uno a uno. Para impulsar la recuperación, él impuso controles de
precios, confiscó propiedades, infringió contratos, no pagó sus deudas y
ahuyentó a los inversionistas extranjeros. Después de una profunda contracción
económica, Argentina disfrutó de una robusta recuperación.
El crecimiento partió desde una base baja y fue
alimentado por un peso débil y un creciente proteccionismo diseñado para
generar demanda interna. Pero después de las penurias de la recesión, los
argentinos aclamaron a su presidente intervencionista. Los préstamos a bajas
tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos también ayudaron a
crear un auge en los presiones de los commodities que representan una
importante porción del PIB argentino.
Ahora, el colapso parece inevitable. La economía se está
desacelerando y las reservas internaciones se están acabando. Al robar a
Repsol, Kirchner está apelando a los sentimientos nacionalistas a la vez que
obtiene el control político de las reservas de crudo y una potencial máquina de
patronaje. Pero esto también alienta una mayor fuga de capitales, la cual no ha
podido ser frenada con rígidos controles o con perros entrenados en los barcos
que cruzan el Rio de la Plata hacia Uruguay. Después de generaciones de
peronismo, el pueblo argentino sabe cómo esconder su efectivo en el extranjero.
La Unión Europea denunció la nacionalización y Repsol
dijo que luchará contra ella. Pero Kirchner no es alguien que reconozca las
cortes internacionales. Una mejor forma de enviar un mensaje a Buenos Aires
sería que los países civilizados del mundo expulsen a Argentina del G-20.
Cuando su presidenta quiera comportarse como una verdadera jefe de estado y no
como una matona, el país puede ser invitado de nuevo al club de países serios.
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